ihíyo
Náhuatl. También ihíyot, aliento, soplo.
En Santiago Yancuictlalpan, Puebla, es el aliento que anima al hombre desde dentro de su organismo y al que se confiere la función de proporcionarle "resistencia" y vitalidad. Se considera un don divino que no debe abandonar el cuerpo mientras exista vida; sin embargo, puede agotarse debido a grandes esfuerzos. Es así que emplean la palabra ihiyotami, "termina el aliento", para referirse al que jadea y respira afanosamente debido a la fatiga.
La acepción que le dan los nahuas de la Chignautla y Hueyapan, Puebla, se apega más a la idea prehispánica, en la que además de ser el aliento vital representado por el vaho que sale por la boca, también es identificado como a una entidad maligna y maloliente que puede ocasionar daños a terceros e, incluso, matar lentamente a las personas. Lo reconocen como un ente que anda por las noches y tiene olor a huevo putrefacto, llamado también aire de muerto (cáncer de muerto); asimismo, esta emanación se manifiesta en los vivos a través del mal olor del cuerpo, del aire que sale del estómago por el ano como pedo, y del excremento. Se dice que el individuo que tiene ihíyo fuerte, puede hacer el mal a otras personas o animales, y se considera causa común del mal de ojo.
Quizá la concepción que más se asemeja a la de los antiguos nahuas, como agente causal de enfermedad, es la del grupo chorti de Guatemala, para quien el hijillo es una clase especial de aire impuro que poseen algunas personas y que infunde mayor fuerza a su sangre, haciéndolos emanadores de fuerzas dañinas; todos los hechiceros poseen hijillo y lo usan a voluntad para provocar el mal; sin embargo, las mujeres menstruantes y embarazadas, los cadáveres y los espíritus de los muertos también lo irradian. Se considera a este efluvio causa de cualquier enfermedad, y está particularmente vinculado con el mal de ojo.
Entre los nahuas prehispánicos, al ihíyotl se le atribuía la vitalidad, pasión, vigor, valentía, apetencia, deseo y codicia. Se ubicaba en el hígado como su centro orgánico de residencia y se concebía como un gas invisible, luminoso y, bajo ciertas condiciones, maloliente, que podía verse afectado por una conducta reprobable. También se entendía que el ihíyotl podía salir del cuerpo en forma voluntaria o involuntaria. Aquellos hombres que tenían emanaciones involuntarias, podían dañar a otros seres, animales o cosas a su alrededor; tales emanaciones se debían a estados "orgánicos transitorios, como la menstruación o la excitación sexual, y en otros casos a estados de mayor permanencia, como la impureza por conductas indeseables. Es así que los malvivientes y libertinos eran considerados generadores de fuerzas nocivas, por lo que se procuraba su lejanía. Asimismo, los hombres sabios, dotados de poderes sobrenaturales, estaban facultados para liberar a voluntad su ihíyotl, siempre con fines agresivos. Por ejemplo, los hechiceros soplaban con malos deseos sobre sus víctimas para provocarles daño, o bien penetraban en ellos, tomándolos en posesión, para así devorarles la fuerza del corazón o actuar a su voluntad dentro de ellos (nagual y tlazol).
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